La violencia sexual es un arma de guerra, no un daño colateral.
Se utiliza para aterrorizar deliberadamente a mujeres y niñas, y a menudo provoca traumas físicos y psicológicos devastadores, incluidas lesiones y embarazos no planificados. El trauma perjudica a familias y comunidades enteras, y el impacto puede durar generaciones.
Cuando conmemoramos este año el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Sexual en los Conflictos, este crimen de guerra va en aumento. Al mismo tiempo, los recortes de fondos mundiales han destruido los programas para prevenir y responder a la violencia de género, incluidos servicios críticos como tratamiento médico y apoyo psicosocial, lo que ha dejado a millones de mujeres y niñas expuestas a daños.
Con suma frecuencia los autores de actos de violencia sexual se manejan con impunidad. Una de las realidades más perdurables de la violencia sexual relacionada con los conflictos es que muchos casos no se denuncian por razones tales como el miedo, la vergüenza y los servicios inadecuados. Debemos poner fin a la impunidad defendiendo la justicia para todos los y las sobrevivientes, y garantizando su liderazgo en la determinación de caminos hacia la paz, la recuperación y la restitución.
Con suma frecuencia se pasa por alto a las mujeres y niñas que viven en zonas de crisis, cuando se encuentran en su situación más vulnerable. Necesitan servicios vitales de salud sexual y reproductiva y de salud mental centrados en las y los sobrevivientes, así como asistencia letrada y espacios seguros y confidenciales para sanar y denunciar delitos, sin vergüenza ni culpa.
Poner fin a la violencia sexual y de género en los conflictos exige medidas e inversiones para fortalecer los servicios de prevención y protección. No dejemos que se apague la luz sobre las mujeres y niñas en crisis.
